Y es que no es lo mismo ver a hombres jugándose a agarrarse las nalgas, que a un grupo de maricas haciendo los mismos movimientos, por ejemplo: no es lo mismo un hombre que se viste de mujer en tiempos de fiesta que uno que se viste de mujer porque se siente identificado con estos rasgos comportamentales asignados comúnmente al género femenino. O peor aún, no es lo mismo un hombre que se deja penetrar a uno que penetra – el primero maricón, el segundo puede llegar a ser muy inteligente si se aprovecha económicamente de la situación-. Estos ejemplos nos ayudan a mostrar un poco cómo se construye, legítima y generaliza el binomio aceptación/rechazo con el que conviven todos aquellos que se piensan distinto y asumen sus gustos como cualquier otro habitante de la ciudad amurallada.
El cartagenero – macho por excelencia- desaprueba cualquier comportamiento degenerado/invertido entre dos hombres afeminados, mientras que muchas veces permite este tipo de actitudes si son realizadas por su amigo macho que ostenta y reafirma su masculidad:
La lógica del binomio aceptación/rechazo, transita alrededor de una línea muy delgada que a ciencia cierta no nos permite descifrar cuando la actitud de varios hombres compromete su masculinidad o cuando no. Lo que si tenemos claro es que un hombre que se comporta, camina y habla, como comúnmente hablan las mujeres, sus expresiones públicas con otros hombres deben ser repudiadas y asignadas solo al ámbito de lo privado (El hombre no sólo debe ser masculino, debe parecerlo ):
Anecdóticamente las relaciones sexuales entre hombres a diferencia de las relaciones entre mujeres, tienen un grado mayor de aceptación por el resto de la sociedad, ya que a diferencia de estas últimas – y a la creencia común de los seres humanos- los hombres si tienen con qué consumar el acto, lo malo es que el conducto que utilizan no fue “diseñado” para este tipo de prácticas:
Preguntaba alguien alguna vez:
“¿No les da asco que eso les salga lleno de m&er$/[…?”
Pero aun cuando este tipo de prácticas son reconocidas (negativamente) por la mayoría de la sociedad y a sabiendas de que muchos de los conocidos públicamente como machos han tenido encuentros del tercer tipo con otros hombres, l@s cartagener@s seguimos considerando ambiguamente que los machos no tienen relaciones con otros machos – y si sucede – macho es el que come y le saca plata a los maricas. Asumiendo categóricamente que la masculinidad depende, primero del comportamiento público (masculino) y segundo de quien es penetrado en estas relaciones.
Este tipo de apreciaciones - contrariamente a lo que se piensa comúnmente-, nos lleva a la conclusión de que la masculinidad del hombre no está representada en su pene, sino en la virginidad de su ano. Ano que debe mantenerse seguro de cualquier invitación a ser invadido, porque si sucede denigra al hombre y lo subvalora al grado de colocarlo al nivel de una mujer. En este caso la mujer y su feminidad se piensan como algo pasivo, como la que recibe, la que es penetrada, la que es invadida; mientras que la masculinidad penetra, invade y domina.
El ano representa el talón de Aquiles de la masculinidad, pues se convierte en el único conducto de acceso a otras formas de placer que históricamente fueron asignadas al pene – torre de lo masculino- y hoy por hoy desvirtúa la idea de que solo se siente goce y satisfacción sexual al momento de penetrar.
Igualmente cualquier contacto directo con el órgano masculino de otro hombre tiene sanciones parecidas a la utilización del ano para la satisfacción sexual, ya sea boca/pene, mano/pene y hasta el roce del pene por el cuerpo de otro hombre trae como consecuencia la desaprobación de este tipo de prácticas por ser consideradas inmorales. Teniendo en cuenta eso, las relaciones sociales entre hombres quedan establecidas solo al plano de lo formal: un buen apretón de manos, un abrazo fraternal (amigos) y besos, chupos y agarradas de nalgas en cualquier situación si y solo si, parecemos hombres… MASCULINOS.
En efecto y haciendo un poco de historia, nos enseñan desde pequeños a no tocarnos el culo para evitar que nos quede gustando el “jueguito”, pero por otro lado, se nos celebra nuestras primeras erecciones inducidas por el juego de nuestras propias manos o la de cualquier otro que quiere reafirmar nuestra tan pequeña y miserable masculinidad. El ano se convirtió en tabú – tanto – que aquellos que se satisfacen con él y en él, se transforman en la plaga transgresora de la masculinidad, desajustando una realidad construida con retazos de mitos e historias fantasiosas (barros, soplos y costillas). Generando así, la desaprobación social y el rechazo público de cualquier manifestación afectiva por aquellos que a la vista del común camina distinto y se mete su trozo…
En cuanto a la construcción y el reconocimiento de las relaciones masculinas, podríamos decir como al principio de este texto que son en algunas ocasiones sancionadas y repudiadas por el común de la gente, debido a que ponen en peligro las bases del género, el ordenamiento socio/sexual, y más importante aún, porque confronta las construcciones morales que hemos atribuido al sexo: hombre/mujer, activo/pasivo, pene/vulva, sexo/reproducción… Mientras que se celebra, acepta y se reconoce el toque-toque entre machos, sencillamente porque además de parecerlo, se presume que son - y de eso no había nada de qué hablar…